Cacoblanco

El sábado estuvimos con Z dando vueltas por el pueblo. Buscábamos a Cacoblanco porque Z tenía un asunto y él era quien le podía ayudar. Cacoblanco habla, lo describía Z mientras manejaba a muy poca velocidad y miraba con mucha atención alternativamente por las ventanas. Es un personaje. Le encanta hablar. Habla, habla y habla. Él es una persona que habla mucho. Yo río y siento curiosidad por conocerle. Debe de ser muy simpático, respondo. Y Z contesta que sí, que es una persona muy simpática.. que habla mucho. Que le gusta hablar, recalca. Seguimos a baja velocidad, moviéndonos casi por inercia cuando Z ve a un amigo suyo. Ambos se reconocen al instante. Z baja el vidrio y grita, ¿has visto por aquí a Cacoblanco? Y él desde la distancia, responde moviendo el índice con energía, hoy no lo he sentido.

La urgencia

Ni lo prolijo, ni lo original, ni el largo. Si hay que entrar se entra, pero rápido. Todo sucio, sí. Vacío. Bueno, que he vuelto, dices mientras levantas las cejas y sonríes. Te arremangas. Coges una silla del comedor de la entrada y la pones en el centro, mantienes la sonrisa y lo continúas viendo todo. La subes y la pones un poco más allá, luego un poco más acá hasta que finalmente la dejas en el exacto punto inicial. La capa de polvo es gruesa, notas. El techo languidece una piel casi extinta. Al rodapie parece que le hubiera dado caspa. Miras el piso y notas que conforme ibas caminando, los tacones iban agrietando la mugre sólida que alfombra. Aplaudes y retumba. Piensas en decir que lamentas la tardanza, que esta vez no te vas a ir, pero nadie quiere escuchar eso, ni tú tampoco quieres decirlo. No sabes qué hacer, así que te sientas en la silla. De casi un espasmo volteas a ver si te dejaste la puerta abierta y sí. La puerta está abierta y las llaves están pegadas. Bien. Vuelves a la posición correcta. Te hundes en la silla y de un impulso te incorporas. Ya estoy aquí, confirmas y reconoces que si no era así, no era de ninguna otra forma.

El lado correcto

La peonza que tengo fue un regalo de Koyree-San; la hizo ella misma. Hace mucho perdí la cuenta de la cantidad de peonzas que tengo guardadas en una caja, no sé para qué, pero todos los domingos cuando voy a visitarla, me da una. Es similar a una réplica que compramos cuando fuimos a un templo de Niigata donde está expuesta la original que simboliza el fenómeno de las espirales. Fue en la época en la que comenzó todo. La que compramos era preciosa, cromada, octagonal, de unos 5 centímetros de diámetro. Koyree-San se emocionó mucho al verla, y me explicó que es un error común de los occidentales atribuir poderes al objeto porque la realidad es que ella no es sino la representación de algo más complejo. En Japón comprenden la confusión porque el proceso de las espirales fue, en un principio, interpretado a partir de su giro.

Koyree-San fue una pieza importante para crear el catálogo que narra la historia.

En los arrozales de Niigata trabajaban Yuko-San y Tora-San; una joven pareja conocida en el poblado por su bondad y su honradez. Ambos regalaron, por su noveno cumpleaños, una peonza a su hijo Ryu-kun; un chico de una alegría contagiosa, con una evidente destreza para la geografía y un apasionado del sumo, del que quería además, ser luchador profesional.

La criatura, sin embargo, de entre todas sus virtudes, estaba revelando una actitud que preocupaba cada vez más a sus padres. Por pequeño que fuera el tropiezo que Ryu-kun sufriera, su propensión era a dejarse consumir por un dolor superior a lo que su temprano cuerpo podía admitir. Esa postura atemorizaba a los jóvenes Yuko-San y Tora-San porque les remitía a una antigua narración de la Era Heian, asentada en el registro más viejo de mitos y leyendas antiguas, el Kojiki, que describía cómo Iyako, protectora del tiempo, respondía con severidad a los cuestionamientos del trabajo de su protegido.

El emperador Hikaru fue duramente golpeado por la muerte de la emperatriz Miho, mientras daba a luz al príncipe Oeka, quien tampoco resistió a su propio nacimiento. La pena que abrumó a Hikaru fue descomunal y su vida se convirtió, durante mucho tiempo, en un sumidero muy profundo de lamentaciones. Eso desató la furia de Iyako, quien interpreta que la fijación por un evento, es la oposición al transcurso natural del tiempo. La sujeción a un acontecimiento no permite la orgánica sucesión de momentos y como castigo, Iyako altera la transitoriedad en el insurgente y lo condena a la permanencia, de espaldas a todo lo demás. Hikaru ya desde las pérdidas se manejaba con significativa indiferencia a la realidad pero un día, el desentendimiento fue total e irreversible y sucedió luego de que el emperador viera caer al suelo, una hoja de Sakura.

La historia, con extraña precisión, finaliza asegurando que la escisión ocurrió, luego de que Hikaru viera caer una hoja de Sakura y para la posteridad se relegó el asunto a un mero detalle estilístico pero luego de lo de la peonza, la antigua leyenda fue revisada.

Ryu-kun recibió con agradecimiento el regalo y aprendió a lanzar con la solemnidad de un samurái. Entendió, sin mucha dificultad, las reglas para jugar: En un duelo entre dos peonzas, ambas deberán girar hasta que choquen. De la colisión, aquella que salga repelida de la arena será la vencida y la que persista, será la vencedora. En caso de que tal encuentro no ocurra, ganará la que resista más tiempo girando o perderá aquella cuyo tope, toque primero la arena. Y él mismo construyó un campo para librar las batallas; un banco con una esterilla como superficie con un ligero hundimiento en el centro.

Ryu-kun en poco tiempo, se convirtió en maestro del juego. A las contiendas acudían, incluso, niños de otras prefecturas para competir con él, que ganaba con una sencillez y delicadeza que abominaba a sus padres, preocupados porque la dilatada ausencia de derrotas, estuviera potenciando una situación insufrible para cuando llegara el momento en el que no lograra satisfacer sus propias expectativas. Cómo iba a poder admitir Ryu-kun, la experiencia de no ganar si no había tenido siquiera oportunidad de ser vencido. Que garantías había de que, en una repentina imposición a renunciar a la ingenuidad, ella no lograra antes expulsarse a sí misma de la realidad, fiel a su idealismo y se llevara consigo al afectado.

El temor habitó de forma silenciosa y cada vez más intensa, durante largo tiempo, dentro de Yuko-San y Tora-San hasta que llegó el fatídico día en el que Ryu-kun no alcanzó su habitual victoria y tuvo lugar el fenómeno de las espirales, en el que ambos padres entraron en ese espacio, acaso ilusorio, que traza toda línea curva que se aleja del centro, mientras aguardaban sentados, con expectación, siendo parte de una escena futura con la que su hijo en casa solía fantasear.

El escenario tenía lugar durante otro duelo que iniciaba cuando el gyōji silbaba y todo el auditorio guardaba silencio. Yuko-San y Tora-San, sentados en el público, eran capaces de reconocer, de entre unas carnes inmensas, colgantes y sudorosas, la cara de Ryusei que aún conservaba sus dos chapitas rosadas en cada mejilla, sin que resultaran incompatibles con lo grotesco de su cuerpo desnudo, vestido apenas con un taparrabos del mismo color vivo del yukata que utilizó una vez cuando de pequeño, por su cumpleaños, recibió de regalo una peonza.

-Miradme, miradme…­ -Solía decir kun-kun en la sala de la casa, dramatizando su pelea más importante. Y subía las piernas y se pegaba las nalgas como veía que lo hacían los profesionales cuando iban al dōjō.

Yuko-San y Tora-San fueron capaces de presenciar todo el duelo de peonzas del Ryu-kun real. La angustia se incrementó al observar cómo él y su contrincante, un niño muy simpático y espabilado proveniente de una prefectura vecina, en un gesto de honor y seriedad se saludaban, y de inmediato, en uno de inocencia, se sonreían. Se intensificó el suplicio al ver cómo ambos ataban los cordeles a sus respectivas piezas. Y ya cuando los niños lanzaron con fuerza sus peonzas, inició la cuenta atrás. La peonza de Ryu-kun fue la depositaria de las miradas de Yuko-San y Tora-San quienes, saturados de un pánico insondable, no toleraron reconocer que el violento giro con el que se mantenía, no solo no era infinito, si no que empezó a desacelerar primero que el de la peonza de su compañero.

El visceral rechazo ante la situación temida hizo vulnerables a Yuko-San y Tora-San de caer en esa línea, en ese espacio irreal que iba abriendo la peonza mientras giraba y que solo necesita de ser observado por los insatisfechos, por los rebeldes, para dejarles caer en esa anomalía temporal, incompatible con la progresión lógica y ordenada de eventos que conforman la realidad.

Desterrados entonces a la intemporalidad, Yuko-San y Tora-San fueron incapaces de presenciar la cara de sorpresa de Ryu-kun cuando su peonza se detuvo mientras su compañera seguía girando, y las carcajadas que acompañaron al abrazo fraternal con el que felicitó al vencedor. Ellos, en cambio, fueron reducidos a transitar una constante actualización de un mismo recuerdo cargando además, consigo, el mismo horror por el que recibieron el castigo.

Ahora, no es que lo ya conocido no lo fuera pero, en cierto sentido, lo realmente insólito, fue el extraordinario descubrimiento de lo desconocido. La revelación de todo lo que sucedía en ese otro lado, que resultó ser un universo repulsivo: mucho más enfermizo que el simple espacio inerte y liberado del estricto sistema de organización temporal que alguien pueda imaginar.

Del otro lado, en el más allá; Yuko-San y Tora-San observaban, temerosos, la lucha del otro Ryusei. Lo veían posicionarse en la marca de forma alternativa con su rival sin que ninguno accediera a iniciar el combate hasta que, finalmente, uno acomodaba con suavidad ambos puños a la altura de los pies, el contrincante también lo hacía y ambos en un movimiento salvaje, se abrazaban y giraban alrededor de la arena a una velocidad quizá demasiado vertiginosa para sus volúmenes. El asunto era que aún en el destierro, el continuo giro de ambos cuerpos obesos, a medida que circundaban el terreno cada vez más pegados a la orilla, abrían una nueva veta hacia un espacio más profundo todavía, que no resultaba indiferente a las miradas corrompidas por los nervios de Yuko-San y Tora-San que eran de inmediato expulsados a la primera escena que llegaba a sus mentes. Esta vez, una escena del pasado, en el que un pequeño Ryu-kun jugaba un inocente duelo de peonzas.

Ryu-kun creció y nunca dejó de cuidar de Yuko-San y Tora-San; condenados a ser los padres de un niño que juega a la peonza y pierde y mientras pierde, descubre el umbral que ellos atraviesan para presenciar una lucha de sumo que el mismo niño prometió de adulto ganar pero, que tampoco gana y mientras no gana, les descubre un nuevo pasadizo al que acceden para ver a una nueva versión del joven, esta vez de niño, jugar un duelo de peonzas que al perder descorre una nueva entrada. Y es infinita la cantidad de encuentros que se pierden y la cantidad de Ryu-kuns que quedan una detrás de la otra a medida que se comete, se condena y se paga un mismo error y que, por la imposibilidad de vivir un tercer tiempo, resulta imposible de corregir. Para los parias, la cesión del tiempo es la perdurabilidad de la angustia.

El caso de Yuko-San y Tora-San ya compartía similitudes con el de otras personas que, al igual que ellos, se habían distanciado de la razón. No se trataba desde luego, de una situación común pero eran sucesos que destacaban por su extrañeza. La popularidad de Ryu-kun sirvió de eco para que el caso llegara a oídos de Koyree-San, apasionada y brillante estudiosa de la razón, dedicada en concreto a comprender sus límites.

Koyree-San destinó largo tiempo y energías a registrar la mayor cantidad de relatos posibles. Se procuraba de una biografía extensa y detallada del perjudicado, con datos que compartían sus allegados y una minuciosa narración descrita por las personas presentes durante el quiebre. Todas las historias, en general, eran de una abrumadora simpleza pero, en un grupo muy pequeño, fue capaz de identificar un patrón muy raro; en ellas, se hablaba de una angustia que prevalecía y en todos los finales, asuntos que giraban.

Una mujer en Ishikawa vivía con honda aflicción tras haber visto morir de frío a su esposo durante un terrible invierno. A poco más de un año del evento, mientras tomaba té, su taza se cayó y tras girar largo rato en el piso, sucedió la desconexión.

En Osaka, un hombre perdió todo contacto con su familia la misma noche tras ser despedido del trabajo, mientras jugaba con su perro y veía cómo se perseguía la cola. Los rumores del cese se habían esparcido hace meses y eso lo había turbado intensamente hasta que sucedió.

Durante una subida imprevista del Río Shinano, todos los arrozales se inundaron y un hombre dueño de una parcela pequeña, vio sumergirse la única fuente de dinero para mantener a su familia. Consternado, mientras intentaba salvar lo de dentro de casa, vio a un pececito Koi nadar alrededor de una de sus piernas. Hubo que ayudarlo a salir porque empezó a actuar de forma errática y más nunca dejó de hacerlo.

Koyree-San reparó en el giro y rescató la historia de Iyako y la hoja de Sakura. Tenía que haber caído de una forma particular para que el emperador perdiera la razón y ahí nació el efecto de las espirales. En todas las historias había un claro repudio por un acontecimiento, un asunto que giraba y luego, la pérdida del contacto con la realidad pero todavía faltaba, el otro lado. Si había un espacio destinado a las personas que poseen la razón, tenía que haber otro que compartían quienes no la tenían pero dónde quedaba, qué se hacía en él y cómo se podía llegar por voluntad propia.

Koyree-San quiso ir y empezó a planear cómo podía atravesar el acceso que hipotetizó. Su prominente lucidez imposibilitaba claramente su distanciamiento con la realidad y si embargo aún hoy, luego de tantísimo tiempo empeñada en ello, lo continúa intentando. Sigue trabajando y sigue escribiendo apuntes sobre cada nuevo descubrimiento. Su capacidad de discernimiento sigue intacta, tanto como su obstinación.

Sus cuidadores me dicen que es muy tranquila Koyree-San y que dedica la mayor parte del tiempo a perfeccionar sus peonzas. Cada lunes inicia una nueva, con arcilla y conforme pasan los días, las va tallando y pintando y para el sábado ya está lista; al siguiente día me la regala. También me felicitan porque no es agresiva Koyree-San, le gusta cepillarse y tomar el baño, come sus comidas a las horas y tiende la cama al levantarse.

Para evitar sobresaltos, evitan en lo posible que salga de su habitación los días en los que sus compañeros montan alguna escena en el patio, como cuando Tuako-San, por ejemplo, mancha con heces las paredes de los pasillos. Si Koyree-San la ve, piensa que es su arcilla y se pone muy nerviosa. Una vez la vio y muy molesta, recorrió el largo del corredor recolectándola de las paredes y del piso, para guardarla en sus bolsillos. Tuvo que ir alguien a tranquilizarla: Koyree-San, tranquila. Mira, tu arcilla está aquí. Con tus pinturas, tus cuadernos y tus instrumentos. Y tomaron su mano y la metieron en la bolsa de arcilla para que la sintiera y pudiera calmarse. De cualquier forma ya Tuako-San está mejor y ya casi no hace eso.

Cómo echo de menos hablar con Koyree-San. Hablar bien. Que yo le pregunte algo y ella lo responda. O que me pregunte cosas y yo le pueda responder. O que ambos nos preguntemos lo mismo. Ahora solo me utiliza para escribir sobre ella, escribe mucho y lo hace en tercera persona. Escribe palabras que sus cuidadores dicen que son ininteligibles porque son trazos extraños que nadie puede leer y llena con afán cuadernos y cuadernos que ninguno es capaz de comprender y que quizás estando en el lado correcto, sí que pudieran ser entendidos. Esa es la vida de Koyree-San ahora; escribe no sé qué con mucho ímpetu y todos los inicios de semana, comienza una nueva peonza que los domingos, sistemáticamente, tira en una caja, en la que solo dios sabe cuántas otras peonzas tiene.

Hace mucho, muchísimo tiempo, otro relato también fue escrito inspirado en esta fotografía, Corona de espinas. ¡Leedlo!
(No sé por qué no puedo acceder a la página que pone el autor de la imagen. En cuanto pueda agregaré el dato)

Caso Morgan

Me está costando quitarme de encima esta semana de atraso que tengo en las entregas. Apenas la semana pasada monté el segundo texto cuando en realidad, ya íbamos por el tercero. Cristina, con su característica diligencia escribió, como de costumbre, un buen cuento en poco tiempo y yo, apremiada por el retraso y nerviosa por el hecho de que no se me ocurría nada relacionado con una fotografía que, para mal de males, yo misma había propuesto, tiré por lo más fácil, pasé de inventar historias y escribí una noticia que leí una vez sobre una niña que había matado a dos perros con un cuchillo de caza propiedad de su padre, un excursionista federado.

La maniobra fue un fracaso importante. “Estoy enferma, tengo otitis.  Te agradezco no me toques las narices…” Fue el mensaje que me llegó de Cristina al día siguiente, aludiendo a cómo su estado de salud disminuía su umbral de tolerancia a textos de baja o nula calidad. Pensé que si quizá me hubiera tomado la molestia de inventar una historia, Cristina no habría mejorado de su dolencia pero seguro que al leerla no la habría empeorado.

Sin embargo, ya me había quedado con el recuerdo o la nostalgia por él y en cómo habría evolucionado. Haría cosa de hace unos 7 años que supe del caso por primera vez, porque para ese entonces yo aún estudiaba y había tomado Agresividad y violencia que era una materia opcional por la que sentía especial debilidad. Allí hablábamos de la naturaleza del comportamiento agresivo, violento y criminal del humano y creo que el tema favorito —si es que una clase entera fascinada por cada punto que se tratara, pudiese decantarse por uno— era el de las personalidades antisociales y en concreto, el de la psicopatía. Aprendimos, lo primero, que tanto en la psicopatía como en la sociopatía, existe una predisposición genética que en la segunda, para ser desencadenada, requiere que durante las primeras etapas del individuo se experimente una vivencia negativa continuada que en la primera no es necesaria.

Luego, el profesor envió una asignación en la que cada uno debía llevar una noticia sobre alguien que, sin que se declarara abiertamente en el texto, se pudiera deducir —a efectos enteramente pedagógicos de la clase, con la respectiva advertencia de las violaciones deontológicas que implicaba tal ejercicio en la práctica clínica— que por el comportamiento que se describía, el sujeto poseía una personalidad psicopática. Lo hacía como entrenamiento del ojo clínico para distinguir la conducta antisocial que se saliera de la norma. Es decir, para que empezáramos a adoptar la noción de que hay un comportamiento que aun estando fuera de la ley es previsto por las estadísticas tanto en cualidad como en frecuencia y que luego estaban los otros comportamientos… Para eso se valía, obviamente, de nuestro interés por lo espectacular porque la realidad era que no todo psicópata tiene, por ejemplo, antecedentes delictivos y puede limitarse a causar daños con mentiras o manipulaciones discretas dentro de un círculo reducido sin que eso le represente problemas con la ley, ni lo lleve a salir en la televisión. Además, las posibilidades de acceder a un historial más o menos serio de la vida de quien fuera la personalidad aludida eran muy bajas, por lo que no íbamos a tener base para decir, ni siquiera, si su actuación era producto de una experiencia temprana negativa con su entorno o si simplemente, había nacido así, con lo que todos los casos concluían con un muy débil y general diagnóstico de, posible personalidad antisocial. Pero debatir, argumentar y escuchar todas las historias era, claro, la mar de interesante.

En la clase se llevaron pequeñas notas que para ese entonces empezaban a leerse sobre un sujeto a quien llamaban el Mocho Edwin, que a un ritmo cada vez más vertiginoso ganaba poder en las cárceles del país, entre otras cosas, sacándoles el corazón y los ojos a sus víctimas. Lo poco frecuente (para el momento) de esas modalidades de crímenes innecesariamente atroces en la población reclusa nacional, la ausencia de compasión y arrepentimiento que al parecer exhibía y sobre todo, el poder social y económico que ganaba, hacían pensar que se trataba, con seguridad, de una posible personalidad antisocial. Si es que acaso pudiese existir esa contradictoria figura.

Alguien más –no recuerdo quién— llevó impresiones de notas sobre Matti Juhani Saari que en el 2008 ocasionó en Finlandia una masacre donde mató a compañeros de clase y subió videos de contenido violento en internet. Los testigos decían que se trataba de una persona, en líneas generales, tranquila pero que al momento del asalto, aducía estar siendo perseguido. Lo más fácil fue apuntar a una personalidad paranoide o alguien que cuanto menos sufría, en ese momento, delirios de persecución. No es que todo eso fuera incompatible con la ya famosa y en extremo ambigua posible personalidad antisocial pero no nos quedaba claro la ganancia que obtenía con todo el asunto.

La noticia que yo llevé fue el de Bryana T. Morgan; una niña de 10 años de St. Johns, un pueblo pequeño de Milwaukee, que en una misma semana mató a dos perros, en dos lugares distintos, sin que nadie notase que había sido ella. El suceso se trataba de algo actual y la nota era especialmente dura porque relataba que aparte de asesinarlos, también les había amputado a ambos las orejas. Fue descubierta porque durante ese mismo invierno –uno que, por cierto, disparó las alertas en el estado por las bajas temperaturas que registró (de las más bajas de esa década)— había dejado morir al gato de la casa en medio de una fuerte nevada. Al parecer el animal del lado afuera de la casa pedía entrar, mientras ella se quedó del otro lado de la puerta, viéndolo sin más, hasta que murió congelado. La noticia decía que la niña confesó abiertamente los crímenes a los padres que acudieron al servicio social del St. Johns Medical Center que a su vez asignó a la niña a permanecer un lapso indeterminado en el Childrens Psychiatric Care, un pequeño hogar psiquiátrico dentro del condado, en el que podría estar bajo vigilancia, al mismo tiempo que tendría garantizado todos los cuidados psicológicos necesarios para el caso.

La situación llegó al Milwaukee Journal Sentinel —la fuente por la que yo conocí todo—  porque se había generado un debate popular sobre cómo afectaría la integridad, seguridad o las buenas costumbres del pueblo, el mantener a la niña como ciudadana con derechos y libre tránsito en St. Johns. Aún mientras estuviese interna, la población de niños que hacían vida dentro de la casa, y que no eran más de 13 en total—según especifican las notas de prensa—, eran infantes y adolescentes con avanzados trastornos alimenticios, depresión y psicosis que, precisamente debido al riesgo que implicaban sus cuadros diagnósticos para ellos mismos, la decisión clínica había sido mantenerlos bajo un estricto régimen de vigilancia para asegurar la asistencia a las terapias, el seguimiento de la medicación, el cumplimiento de las actividades terapéuticas y en especial, poder reducir al mínimo las posibilidades de autolesión que casi todos tenían en su historial. Fueron los familiares de esos pacientes quienes iniciaron la cruzada contra la familia, haciendo reuniones en la St. Johns Presbiterian Church que en declaraciones al mismo Milwaukee Journal Sentinel, se desligó del asunto sin tomar partido. En un comunicado —delirante, no por su contenido, si no por su carácter público (porque fue difundido en el mismo diario)— alegaban que era la ausencia de escrúpulos, la capacidad de manipulación (y por supuesto los crímenes ya cometidos) que sabían que tenía la niña en su diagnóstico por lo que se sentían aprensivos con respecto a su coexistencia con los familiares internos, quienes entendían que estaban en especial vulnerabilidad en tanto que no gozaban con las habilidades sociales necesarias —en algunos casos ni siquiera en los estados de consciencia requeridos—, para protegerse de cualquier influencia negativa que ella quisiera ejercer en ellos y aconsejaban además que, en vista de la seguridad bajo la que debía estar y la asistencia médica que requería, lo más apropiado era el ingreso de la niña a la correccional de menores o al anexo de jóvenes en el Wisconsin Health Care Institute que se trataba de un centro –bastante alejado de St. Johns–, dedicado al cuidado de población drogodependiente.

A toda la clase le pareció de sumo interés lo ocurrido. Y durante al menos dos semanas, a razón de una vez por semana que era la frecuencia con la que veíamos la materia, llevé información nueva al salón, que me escuchaba con atención, para ser actualizado sobre cómo avanzaba todo. Fueron al menos tres notas formales las que se publicaron, una dentro de la cual estaba anexo el comunicado de los padres aliados, aunque no hubo —o no recuerdo que hubiera y hoy en día tampoco hay registros en su web— sobre alguna respuesta pública por parte del centro. Luego de allí, fue decayendo la cobertura y la mención del caso se dilató unos días más en la sección de cartas al director en las que gotearon —quizá por decisión de los redactores— al menos tres cartas de distintos lectores referidas al tema. El primero, se trataba de uno que quizá por ser vecino del pueblo, había considerado que el asunto le concernía de forma directa y manifestaba lo que él dio en llamar su derecho de obtener información sobre cómo evolucionaba la niña y reclamaba al diario seguir publicando notas al respecto. Al día siguiente le secundó otro lector que expresaba también su interés —menos personal— en la situación y pedía al diario mayor información explicativa sobre el conjunto de características de la personalidad de la paciente. Y luego hubo una tercera y última carta —que yo sepa— de una lectora que apelaba a la sensatez, el derecho a la privacidad referido al diagnóstico psicológico de la niña que como no optaba a ningún cargo público —aseguraba— no estaba en la obligación de divulgar, e invitaba a informarse sobre el tema revisando la enciclopedia americana y no pidiéndole a un diario que hiciera un trabajo que no le concernía. Dios santo, terminaba la carta para ratificar, imagino, su indignación por el drama de los lectores anteriores.

En clase dedujimos con rapidez que se trataba de un posible Trastorno disocial de la personalidad que resulta un perfil bastante definido, encaminado hacia una posterior personalidad antisocial. Sin el posible. Conclusión por la que experimenté, naturalmente, un secreto regocijo.

No sé cómo en esa época no terminé fundiendo el módem de casa chutándome videos —imposibles de cargar por la penosa y casi inexistente velocidad del internet que tenía— de Robert Hare o entrevistas a Vicente Garrido que se lo pasaba hablando siempre de psicópatas marginales como el Asesino de la baraja o el Asesino del Parking… Como en ese entonces yo hacía un proyecto de grado en la cárcel, continuamente fantaseaba con estudiar criminología en la Universidad de Valencia, haciendo uso de sus propios libros en físico, sin tener que limitarme a las páginas a las que me permitía acceder Google Books de forma gratuita, que cada tanto cortaba la progresión de la lectura con la frase Page XX is not part of this book preview, ubicada en puntos aleatorios y siempre interesantes de la publicación. Quizás ahora ya se encuentren los textos completos en internet pero no lo sé en realidad porque mi búsqueda fue decayendo al ritmo de mi progresivo desinterés en el área. Para ese momento también me gustaba mucho mi profesor de Agresividad y violencia, que tenía acento andino y creía sospechar una relación entre él y una funcionaria de la cárcel que también era criminóloga y andina. Hermosos ambos. Hechos el uno para el otro, según yo.

Continué revisando con periodicidad la página del Milwaukee Journal Sentinel en búsqueda de algo más y semanas después, en el suplemento médico Health, una publicación de ese mismo diario, trataron en un artículo el asunto de los rasgos psicopáticos. Estaba segura de que lo hicieron en respuesta a cartas de los lectores que seguían llegando pero que no eran publicadas para no reforzar el interés en el caso Morgan y lo pensaba porque si al menos yo aún lo tenía, muy probablemente no era la única. La nota decía cosas básicas; que la mayoría de los trabajos sobre psicopatía estaban basados en casos de población adulta, que en la infancia no se habla de psicopatía si no que lo apropiado es hablar de rasgos psicopáticos y que estos rasgos son una serie de características que definen la personalidad del sujeto: falta de empatía, manipulación, mentira patológica, falta de remordimiento… que en la adolescencia hay muchos comportamientos esperados que tienen que ver con la transgresión y el comportamiento antisocial que, en determinados casos, pueden representar el inicio a un cuadro de personalidad más complejo y así hasta que en un punto aseguraba que del condado de Milwaukee había sido trasladado, recientemente, para su estudio, un caso de un individuo adolescente con rasgos psicopáticos al University Hospital of Toronto en Canadá, que lo había solicitado, y sus padres habían accedido, para que fuera parte de un estudio más grande que involucraba a más infantes y adolescentes norteamericanos con la misma descripción comportamental. La información del artículo era tan vaga como la de cualquier texto que uno esperaría leer en ese tipo de suplementos. Sin embargo, al conocerla pensé, blanca y en botella, leche. Y me di por servida, como imagino que también lo hicieron el resto de los vecinos y lectores.
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Esta bonita imagen no sé de dónde ni a quién pertenece pero aquí dejo otro relato que está inspirado, de verdad verdaita, en ella. Destino Marte. ¡Leedlo!

General Lee 2

El veterinario dijo que le enterraron un cuchillo en el costado, Bea. Le cortaron las orejas y se las dejaron a un lado. Al parecer nadie escuchó nada por lo que dijo que probablemente había sido una persona conocida… También hay formas de reducir a un animal antes de agredirlo o no lo sé, la verdad. Cuando llegué estaba sobre un charco de sangre… —Le cuenta aún tembloroso Fabio a Bea, que ha ido a visitarlo a casa por la pérdida y prácticamente desde el inicio de la conversación parece haber asumido un eterno gesto de repulsión. —Eso sucedió ayer en la tarde. Luego del mediodía.

No, miento. Todo sucedió el martes, cuando llenamos la piscina y vinieron Gloria y Jorge con las niñas —le cuenta Olga por teléfono a Pablo, que ha llamado buscando a Bea pero en cambio, le ha respondido él que lavaba los trastes mientras ella estaba donde Fabio. —Le dijimos que vinieron para que se metieran con Tete en la piscina. Se vinieron los cuatro y dejaron a Dylan en casa.

Él se había quedado solo porque yo tuve que ir ayer al taller. Generalmente no voy los domingos pero tenía que terminar un trabajo para una entrega que tenía… —Relata Fabio con relativa calma. Tiene la cara roja e hinchada por el llanto y está haciendo un café para tomar con Bea. Ella por su parte permanece en estupor por todo lo que está escuchando.

Él estaba acostumbrado a quedarse solo. Ellos lo iban a traer pero como sabíamos que las niñas lo iban a querer meter en la piscina, decidimos que mejor no para que el agua no se ensuciara tan pronto porque la acabábamos de llenar. —Claro. —Entiende Pablo, que conoce la regla de que solo el último día de piscina se puede meter Dylan porque luego se vacía. —Mientras las niñas se estuvieron bañando y nosotros estábamos en la parrilla, se asomaba cada tanto a vernos por la ventana. Él, de toda la vida, se ha quedado solo en casa. Si luego duraba mucho tiempo sin compañía, lo más que pasaba era que se ponía nervioso pero ni siquiera lloraba sino que se petrificaba en la ventana a esperar a que alguien de la casa viniera.

De hecho, cuando vine del taller, no vi nada fuera de la normal —recuerda, Fabio— Ninguna puerta forzada, ni pisadas, ni carros estacionados cerca… A ver, nada que me pudiera resultar sospechoso… —Se pausa un momento, apoyándose con los brazos abiertos en el tope de la cocina, esforzándose en recordar con claridad —aunque sí que es cierto que cuando yo iba entrando a la cuadra, por donde Naty, silbé para que supiera que iba llegando y él nunca se asomó.

Creo que esa fue la primera señal. Ellos dicen que entraron a la casa y Dylan no los recibió. Él siempre reconocía cuando metían la llave en la cerradura porque sí sabes el oído que tienen… y ya para cuando abrían, él estaba ahí en la puerta esperando y esa vez no —asegura Olga, procurando la mayor fidelidad a la narración de Gloria y Jorge— Ya desde ese momento, supieron que algo andaba mal… Pablo, ¿estás ahí? —Pregunta extrañada ante el silencio de su interlocutor. —Sí, sí. Aquí estoy Olga —contesta Pablo que ha dejado a medias la faena con los trastes y se ha sentado a dedicarle toda la atención a la llamada.

Cuando entré, silbé nuevamente y nada que Charlie aparecía. No estaba en la sala, ni en la cocina… fui al baño y nada, y luego al cuarto y tampoco. No estaba en ningún lado…. —aseguraba Fabio a Bea que escuchaba atenta. Fabio abre el bote del café y con la totuma que está dentro, coge un poco y lo vierte sobre el colador. El agua hierve—  Empecé a sentirme mal, Bea.

Aunque le tomamos la temperatura pero no tenía. Le dolía la panza, dijo. Le mandamos a que se saliera un rato de la piscina, se cambió y se acostó arriba. Las niñas se quedaron abajo para dejarla descansar. Durmió bastante. Ella no había bajado cuando Gloria y Jorge se fueron que se enteraron de lo ocurrido y nos avisaron… Al parecer, acababa de suceder, decían ellos… —Y se escucha por el teléfono cómo Olga se aspira los mocos que hace rato se le han empezado a escurrir— No sabíamos cómo decírselo a Tete y desde luego que tampoco fuimos todo lo explícitos que pudimos haber sido… No le dijimos que estaba toda la sala ensangrentada y que lo habían abierto en canal… —Pablo repara en lo enfermizo del asunto. No alcanza a decir nada y Olga continúa moqueando— Tampoco le dijimos lo de que lo habían encontrado sin orejas y que después de seguir un rastro de sangre, las consiguieron en cocina…. —Olga pausa un momento el discurso para llorar un poco y tragar un nudo que se le había ido formando en la garganta y que ya no la dejaba hablar. Se sacude la nariz y Pablo, en el paroxismo de la confusión, espera paciente a que reanude el discurso—  Hijo mío, Pablo, ¿no es acaso lo más macabro que jamás has escuchado? —Pregunta Olga sollozando, fuertemente afectada—Ay Santísima, era un angelito de dios… a Tete solo le dijimos que se había dormido para irse al cielo… —Olga, suspira intentando calmarse— Pero Pablo, tu hija se comportó como una señorita mucho mayor. No lloró, ni hizo dramas y cuando al día siguiente fuimos a darle el pésame a Gloria y a Jorge lo hizo con una cordialidad… Cualquiera diría que no le importó en lo absoluto —dice Olga con orgullo— las niñas en cambio estaban devastadas… —y rompe a llorar nuevamente. Pablo no hace nada para evitarlo. Todo lo que intenta es tratar de comprender lo que considera un acto profundamente aberrante.

—Es una atrocidad lo que me estás contando —confiesa Bea abatida por la sordidez del crimen. Fabio la abraza, le agradece que haya ido y una vez finalizados los cafés, le pide que vaya a casa —Dale a Pablo un abrazo de mi parte —Dijo que vendría, se ha quedado con Tete. Ayer pasó todo el día sola porque tuvimos que trabajar y hoy no hemos querido abandonarla…

Esa niña es un encanto, Pablo —asegura Olga, gimoteando— Puede entretenerse sola sin la necesidad de un adulto cerca. Es de una madurez superior a su edad. Mientras estuvo aquí, le gustaba mucho leer y lo leía todo… —Pablo con una afectividad bastante aplanada, le da la razón a Olga, redundando en lo que dice —Sí, sí que está leyendo. Lo lee todo… Hoy en la mañana fuimos y vinimos del centro en el metro y se lo pasó todo el viaje leyendo las estaciones. Todos se le quedaban viendo pero creo que ella no lo notaba… —ay, mi niña… ¿qué está haciendo ahora? —Pregunta Olga, mientras se sacude la nariz. —Está en el patio, jugando al baile, creo… —contesta Pablo fatigado, con ganas de terminar la conversación para hablar con Bea sobre lo ocurrido y así orientarse mejor. No puede concentrarse en Tete, ni en el alto desarrollo de ninguna de sus habilidades mientras necesite asimilar todo el asunto de Dylan, que considera de una magnitud tal a la que no es capaz de llegar ninguna persona que haya conocido jamás. —¿Jugando sola? —Sola, sola… no hay más nadie en casa.

Y Tete jugaba hasta hace poco al baile en el patio pero ahora está en su cuarto. Es difícil seguirle los pasos por lo pequeña y escurridiza que es. Ahora juega a su propio hogar. Una casa de muñecas a escala donde maneja  un personaje extraño a quien baña, da de comer, saca a pasear y acuesta a descansar, arropándolo con una manta para que no le dé frío. El personaje no tiene piernas, ni brazos, ni cabeza, si no que tiene en cambio una cuchilla preciosa de 3,55 pulgadas, gris, brillante, delicada, sobre la que la misma Tete repasa con su cada vez mejor capacidad lectora lo que ha decidido entender como el nombre del habitante con el que no puede dejar de jugar: General Lee 2 Knife. Made in USA.

En su habitación o en cualquier otra parte.

Sola.tomas-munita-for-the-new-york-timesEsta imagen es de Tomás Munita y pertenece al New York Times. Aquí dejo otro relato que está inspirado en ella. Ballerina. ¡Leedlo!

Estragos

-Creo que este es mi desayuno favorito. El pan con salchichón.

-Está rico…

-Sí, sí que está rico. Aunque no creo que esa sea la razón por la que es mi favorito. Creo que el que mi madre me lo sirviera cada navidad fue lo que lo hizo mi favorito. Todo el rato estaba con el cuento de que si papeabas mucho embutido sucumbías el día menos pensado porque llegaba un momento en el que el corazón no daba más de sí. Luego como sabía que me gustaba me lo daba como homenaje algún que otro día; en navidad era fijo y no veas cómo lo disfrutaba pero no te creas, hace años que se murió y a mí el miedo se me quedó metido en el cuerpo. No sé si será verdad pero yo hoy en día me abstengo con el salchichón…

Lily, con la boca llena y migajas alrededor de las comisuras de los labios, reía en una actitud que en ella resultaba infantil. No disfrutaba tanto de la historia que escuchaba como por la comida y sobre todo, por la hospitalidad que a cuento de nada, estaba recibiendo de Mauro. Lily intenta, con disimulo, mover con los brazos el banco en el que está sentada pero nada, no se tambalea.

-¿Tú prefieres el café con poca o mucha leche? –Preguntó él, y el gesto provocó en Lily la liberación de un par de lágrimas largo rato contenidas que fueron a parar al pan, que las absorbió apenas cayeron. Temiendo una inundación en el plato, guardó silencio y Mauro, que ni por asomo advirtió el asunto, sirvió una taza mitad café y mitad leche, que eran las medidas de su gusto personal. Sirvió otra igual y las llevó una en cada mano. Ambos comían con ánimo y concentración. Mauro más que Lily; mientras él estaba centrado en el sabor del salchichón, Lily estaba a su lado, sentada, masticando distraída, arrobada por él y aunque no se bamboleaba, desorientada por todo lo que había pasado.

Lily a su lado dormía como bien podía. Llevaba días sentada y el traqueteo del camión tampoco ayudaba. La última conversación que tuvieron la había dejado un poco molesta. Él, cuando vio la foto que ella le mostró, dudó de la veracidad del lugar y eso a ella, normal, le desagradó. El camión pasó por un hueco y ambos saltaron con brusquedad. Los saltos le destrozaban la espalda por la posición encorvada en la que estaban y aunque ellos pensaban que era su cuello el que más se resentía, en realidad era sus mentes las que peor sufrían.

¿Pero eso existe?, fueron las palabras exactas. Y eso hizo que Lily endureciera las facciones y tensara el cuerpo. Óscar, que tenía una capacidad preciosa para interpretar gestos, lo notó enseguida y para quitar hierro al asunto, sacó él una fotografía propia. –Mira, esta es mi familia; Olga y Vivi. Vivi no ve a la cámara porque estaba pendiente de la bicicleta porque era nueva. Se la hice yo y ese día se la había regalado. Estaba contentísima a reventar y nosotros estábamos asustados… -Levantó la mirada para evaluar la intensidad de la dureza de la mirada de Lily y, aunque descubrió que todavía quedaban reminiscencias de la molestia de hace un momento, entendió que estaba interesada en saber por qué les preocupaba la alegría de Vivi. Más tranquilo por haber alivianado los ánimos, se permitió compartir, no sin congoja, que cuando algo emociona mucho a Vivi, es como si su cuerpo se sobrecargara, le dan  altas temperaturas y una vez hasta se desmayó; eso fue cuando Óscar tuvo que ir a entregar un trabajo fuera del estado y se ausentó de la casa por dos semanas. En los 7 años que para entonces tenía Vivi, nunca había estado tanto tiempo lejos de ella y para cuando volvió, cayó 3 días con fiebre casi a 40°. Yo hablaba con ella cada día, explicaba a modo de justificación, y Olga hizo un calendario para que ambas contaran los días y no fuera sorpresa mi vuelta pero cuando llegué estaba tan feliz que sucedió… Vaya susto, pasamos. Y Lily continuó viendo la foto. Era una imagen donde aparecía una mujer bastante delgada sonriendo, en franela, pantalones cortos y chanclas y a su lado una niña vestida similar intentando montarse en una bici negra a la que le colgaban dos ribetes naranjas. En cuánto tiempo piensas que pueden reencontrarse, pregunta Lily, y Óscar con la voz un poco debilitada, reconoce que no está seguro del tiempo que pasará hasta que puedan verse de nuevo. Mi destino es Italia, dice. Mi oficio son las bicicletas y allá estará esperándome un compatriota que también es de Honduras y me ayudará con un trabajo en un taller de bicis que tiene montado. Confío en que todo irá bien y que en poco tiempo, podré pagarles el billete a ambas para que vengan. Espero que no sea mucho para que el reencuentro no sobresalte mucho a Vivi pero, no lo sé, la verdad… Necesito que salgan de allí. Debíamos de salir de allí, primero salgo yo pero ellas no deben de esperar mucho más. Lily piensa que Óscar parece agobiado y ella a su vez, reconoce que también lo está. Ambos están cansados y conversan dándose ánimos mutuamente cada vez que el cansancio y la atmósfera de calor y humedad se lo permiten. Lily bosteza y Óscar, al verla, bosteza también. Ambos se sonríen con fraternidad y con cuidado, intentan recostarse de la madera sin molestar a nadie. Parece que empieza a llover y lejos de pensar en que quizá la lluvia alivie el vapor sofocante en el que están, piensan casi al unísono en resguardar sus fotografías del agua que pueda filtrarse por las goteras que tiene el techo del camión y que, si bien hace dos días eran pocas, cada vez que llueve se moja más y más el interior. Viene un hueco grande y se tambalean nuevamente.

La fotografía de Lily era la de un edificio que estaba al lado de unas ruinas indiferenciadas. No sabía nada del sitio, pero se la dio la gente a quienes les pagó para hacer el viaje. Le dijeron que se llamaba Tarragona y que allí la llevarían cuando llegara a España. Sabía que era un lugar cerca del mar pero poco más, la verdad.

Una vez empezó a llover, parecía que más nunca iba a parar de hacerlo. Fueron horas muy confusas y la desorientación tiene que, por mucho que estés bajo su efecto, nunca te acostumbras a ella. El camión parecía haber adquirido el doble de peso para transitar y el barro de afuera hacía casi imposible que se moviera. Mientras lo intentaba, el bamboleo era pronunciado y dentro de él, todos procuraban moverse lo menos posible para no machacar a quien sea que tuviesen al lado pero, en especial, para evitar que entre todos hicieran peso y pudieran, sin querer, voltear el camión hacia un lado o hacia otro.

Lily, casi doblada del todo sobre su abdomen, respira bocanadas inmensas de aire. Se sujeta las manos de las caderas en búsqueda de equilibrio pero entre el jadeo, la lluvia y el susto, le cuesta encontrarlo. Se tambalea como lo ha hecho durante ya no sabe cuántos días y en un mareo, cae a un charco situado en un punto lejano y aleatorio. La mochila le amortigua la espalda y evita que la cabeza la pegue al suelo.

-Tuvo que haber salido del camión… La guardia está montando alcabalas improvisadas por Redagero porque sabe que ahora los camiones se meten por allí para pasar la frontera. Con lo hostil que es esa zona que es prácticamente selva. Eso no tiene ni cinco metros cuadrados de asfaltado en kilómetros a la redonda y los muy perros hacen a la gente pasar por allí a merced de todas las indolencias del mismo lugar. Y sí ves que esa gente es gente pobre, que muchas veces ni aguantan el viaje y lo que hacen es tirarlas para aliviar peso y seguir el camino. Les cuentan que los llevarán a Europa, que los llevarán a los Estados Unidos y va la gente y les paga todo lo que tienen para que los lleven y cómo se van a ir, dime tú, si ni documentación tiene la mayoría…

Lily se tambalea aún y se sujeta del catre con fuerzas a pesar de que apenas está entrando nuevamente en vigilia. Le cuesta reconocer que no hay tambaleo y descubre una sensibilidad a la luz del día que no recordó tener jamás. Ve a dos tipos hablando pero ninguna de las dos caras les suena del grupo. No es que se las conociera todas pero hay algo en ellos que los diferencian. Están muy lejos de parecer gente de dinero pero sobre todo su tranquilidad le hace pensar que no venían en el camión. Ellos, definitivamente, no se bambolean.

Uno toma un morral y dice que se va a trabajar, pide la bendición al otro y se despide de Lily con afecto que aunque no alcanza a responder recibe con gratitud la despedida.

-Dormiste toda la noche, niña. -Dice el hombre que se quedó con ella. -Vamos a comer para empezar bien el día… ¿Tuviste un viaje duro, eh? Anoche te encontramos casi inconsciente por Verronal. Hasta llegamos a creer que estabas muerta y todo… –Se ríe, toca madera y se persigna. –Tú cómo te llamas. –Pregunta. Entiende por qué ella no contesta y, como si nada, prosigue. –Yo soy Mauro. –dice, mientras se pone a cortar unos panes y unos embutidos. Y Lily, en un acto reflejo, se sobresalta y se sujeta a la mesa. Por un momento su cerebro interpreta que se tambalea.

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La plaça dels Sedassos.
Esta imagen pertenece al Diaridetarragona.com y aquí dejo otro relato que también está inspirado en ella. Muerte de un héroe mudo. ¡Leedlo!

Cultura

S me pregunta por un sitio de series online porque le quiere enseñar una serie a una amiga y lo quiere hacer sin tener que descargarla. En YouTube está, explica, pero los capítulos están incompletos. A mí no se me ocurre ninguna página y como no me agarra en un buen momento, sin prestarle mucha atención al asunto, le digo la primera idiotez que me viene a la cabeza como que a lo mejor no es tan malo ver los capítulos inacabados; puedes ver retazos aislados y es mejor porque con las escenas medio vistas, puedes completar tú mismo la historia sin reducirte al planteamiento del director. S se calla y luego de una pausa confiesa con timidez que él hace eso. Cómo que haces eso, pregunto extrañada y ahora sí interesada en lo que dice. Y me cuenta que cuando quiere ver una peli y no puede ir al cine a verla y no sabe cómo encontrarla, busca todos los tráilers y pedazos que pueda para hacerse una idea de cómo es. Hago silencio, me encojo de hombros y confieso que es una de las cosas más tristes que me ha dicho últimamente. Él no entiende mucho lo que digo y yo le digo que esa, y la historia cuando de pequeño vio el cadáver de un niño ahogado en la piscina y su papá para protegerlo decidió no llevarlo más. Esas dos historias son las más tristes que me ha contado últimamente.

Jengibre

Oye, no lo había dicho por aquí pero tengo un Podcast. Lo tengo, de momento, un poco aparcado pero ya irán cayendo nuevos episodios. Dejo aquí el enlace por si hay alguien a quien le apetezca revisarlo. Por cierto, he vuelto a WordPress. Después de experimentar una vida maravillosa de excesos y lujos en un dominio personal me ha tocado volver pero, como tengo una capacidad de adaptación asombrosa, me siento como si nunca me hubiera ido. Espero ir escribiendo más seguido (que es lo que uno dice cuando sabe que no va a escribir ni aunque su vida dependiera de ello), así que para iniciar, mencionaré que hoy compré jengibre. Ignoraba que el jengibre tuviera distintas presentaciones y cuando llegué a casa me enteré de que la versión que me traje se llama raíz de jengibre seca. Como no me apetecía nada quedarme 45 minutos frente a la pc investigando cómo se hacía, sus bondades y virtudes, su origen y ya que estaba, profundizar en el conocimiento del maravilloso mundo de los tubérculos milagrosos, agarré un pedazo de la bolsa y lo tiré al agua con convicción. En concreto con la convicción de que si me intoxicaba y moría por ingerir alimentos mal cocinados (por decisión propia) era porque quizá me lo merecía. Al final no pasó nada y todo concluyó en que el agua de Jamaica quedó estupenda (como yo) y que mientras escribía esto cambió el reloj; ya hoy es ayer, así que deseo un feliz sábado a todos.

El que agradece que en la tierra haya música*

Pocos debates tan interesante en los internetes como el iniciado por la academia Sueca cuando ayer sorprendiera concediendo al Sr. Bob Dylan el premio Nobel de Literatura 2016, continuando con la labor que ya hace 3 años pareció iniciar, reconociendo el trabajo de la Sra. Alice Munro quien labra casi de forma exclusiva el denostado terreno del cuento corto y hace un año, en el 2015, con la Sra. Svetlana Aleksiévich  por su trabajo en esa extraña y curiosa parcela literaria que constituye la crónica. La labor no parece ser la de desviarse del ya largo camino recorrido de distinguir a quien desde la palabra, se considera, ha contribuido a la humanidad sino a la de ser capaz de mirar a los lados de ese mismo camino y focalizar la atención en esos espacios fértiles en los que también se cultivan, desde hace mucho, otras especies literarias cuyos frutos, aunque no respondan a los cánones, también brindan los beneficios de la buena literatura (sea lo que sea la buena literatura) y que, por eso mismo, puede y deben ser reconocidos como tal.

Hace unos meses Franzen decía en una entrevista que no era una posibilidad dentro de su cabeza ganar el Nobel porque la academia en la actualidad parecía no estar interesada en la literatura Norteamericana pero parece ser que, visto lo visto, no se trata de un asunto de nacionalidades sino de diversificación del género. Si una de las bondades más valiosas y nobles de la lectura es su capacidad para fomentar una visión cada vez más amplia del mundo que trascienda concepciones reduccionistas que banalicen la complejidad humana, resulta coherente que en ese afán por calibrar con mayor precisión la lente con la que se aprecia la realidad, se dirija el interés hacia distintas modalidades de una misma expresión artística que son, de igual forma, capaces de generar el efecto reflexivo y estético que se consideran, nutren al individuo y brindan lucidez y sensatez a la difícil tarea de interpretarse a sí mismo y a la sociedad a la que pertenece.

Cuando se otorga el Nobel a un escritor, no quiere decir que no haya al menos otros 10 autores que también lo merezcan; cuando ganó Modiano en su momento, también pudo haber sido premiado Philip Roth y Salman Rushdie pudo haber estado en el lugar de Vargas Llosa y Murakami cuando Herta Müller y todos habrían sido justos sin que eso signifique que los galardonados reales lo fuesen menos pero, el rechazo de los detractores del Sr. Dylan no parece radicar en que él sea el Nobel del año o que consideren que sus textos carecen de la calidad que se supone tienen, sino en qué vendrá después. Parece haber una conexión imaginaria entre la diversificación o exploración del género literario y una posible decadencia que puede conducir a la inhibición de las actitudes que distinguen a un lector de alguien que no lee; el interés, la inquietud y la curiosidad por lo que le rodea o incluso la sensibilidad y la valentía necesaria para apreciar el valor literario de un texto con independencia de su presentación.

Ayer en la mañana mientras esperaba el premio, se me ocurrió que le echaría una foto al  que sin duda, es uno de mis libros favoritos del mundo mundial para celebrar que finalmente habían reconocido a su autor y no ha sucedido y (muy) probablemente tampoco sucederá pero no pasa nada. Que un gran compositor de canciones gane un (merecido) Nobel de Literatura no impedirá que las próximas generaciones sean capaces de encontrar la identificación, el consuelo y el humor en los interminables lamentos familiares de un judío ante su terapeuta, de la misma forma que lo hice yo y lo hicieron muchos antes de mí desde que ese libro se escribió.

Ampliar el foco nunca hace más borrosa la imagen; la enriquece porque la lente está en su punto, cada vez más limpia, cada vez mejor graduada porque somos gente que lee y estamos más que entrenados para reconocer las virtudes del arte allí donde sea que presenten. Quienes leemos no necesitamos puertas para no perdernos, al contrario, necesitamos continuar explorando para intentar satisfacer ese acto inacabable de encontrarnos y procurar el disfrute mientras lo hacemos.

Y tenemos más que claro que hay vida después de la novela, sin que ello suponga su muerte.

(Faltaría más).

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*Esas personas, que se ignoran, están salvando al mundo. «Los justos. J. L. Borges.»