La urgencia

Ni lo prolijo, ni lo original, ni el largo. Si hay que entrar se entra, pero rápido. Todo sucio, sí. Vacío. Bueno, que he vuelto, dices mientras levantas las cejas y sonríes. Te arremangas. Coges una silla del comedor de la entrada y la pones en el centro, mantienes la sonrisa y lo continúas viendo todo. La subes y la pones un poco más allá, luego un poco más acá hasta que finalmente la dejas en el exacto punto inicial. La capa de polvo es gruesa, notas. El techo languidece una piel casi extinta. Al rodapie parece que le hubiera dado caspa. Miras el piso y notas que conforme ibas caminando, los tacones iban agrietando la mugre sólida que alfombra. Aplaudes y retumba. Piensas en decir que lamentas la tardanza, que esta vez no te vas a ir, pero nadie quiere escuchar eso, ni tú tampoco quieres decirlo. No sabes qué hacer, así que te sientas en la silla. De casi un espasmo volteas a ver si te dejaste la puerta abierta y sí. La puerta está abierta y las llaves están pegadas. Bien. Vuelves a la posición correcta. Te hundes en la silla y de un impulso te incorporas. Ya estoy aquí, confirmas y reconoces que si no era así, no era de ninguna otra forma.